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La Importancia de las Madres y Abuelas en la Vida de Todos: Un Puente hacia la Gratitud y la Vida

Hay una raíz invisible que nos sostiene, un cordón invisible que nos conecta con la vida misma. Esa raíz tiene un rostro, un nombre, una historia: la madre, y detrás de ella, la abuela. No hay ser humano que haya llegado a este mundo sin haber pasado primero por el corazón y el cuerpo de una mujer. Esa verdad, tan evidente como sagrada, es el punto de partida para comprender lo que Bert Hellinger llamó el orden del amor.


No se trata de la relación, sino del lugar que ocupan

Hellinger nos enseñó que lo más importante no es cómo fue nuestra relación con nuestra madre o nuestra abuela, sino el lugar que ellas ocupan en nuestro corazón. La vida nos fue dada a través de ellas. Eso ya es suficiente. No significa que debamos aprobar sus actos o romantizar sus errores, sino simplemente reconocer que gracias a ellas existimos.

Cuando resistimos a mirar a nuestra madre —por juicio, dolor o resentimiento—, resistimos también a mirar la vida. Porque ella es la vida. Así como la abuela fue la fuente de la fuente. Rechazarlas es rechazar nuestra historia, nuestro linaje, nuestro origen.


Joan Garriga lo dice claro: "La madre no se merece, simplemente se toma"

Tomar a la madre es un acto de humildad y madurez. Es decir “sí” a la vida tal como fue, sin condiciones. Y cuando lo hacemos, algo en nuestro interior se ordena. De pronto, las relaciones comienzan a fluir, los proyectos encuentran forma, el cuerpo se relaja y el corazón se expande. ¿Por qué? Porque cuando el amor vuelve a su cauce, la vida también lo hace.

Garriga afirma que muchas de nuestras luchas internas vienen de no haber tomado completamente a la madre o de haberla mirado con los ojos del niño herido, en lugar de con los ojos del adulto agradecido.


Las abuelas: raíces profundas del árbol

En las constelaciones familiares, las abuelas representan las raíces más profundas del árbol. Muchas veces, los conflictos que vivimos hoy son ecos de dolores no sanados en ellas. Por eso, honrar a la abuela es sanar generaciones. No se trata de entender todo lo que vivieron, sino de mirarlas con respeto: “Gracias por lo que hiciste con lo que tenías. Gracias por sobrevivir para que yo pudiera vivir”.

Traerlas al presente con gratitud es un acto sagrado. Porque cada caricia, cada silencio, cada receta compartida o incluso cada ausencia, dejó una huella en nuestra alma.


Gratitud: el lenguaje del alma ordenada

La gratitud no es un sentimiento superficial, es una actitud profunda. Cuando agradecemos a nuestras madres y abuelas —desde el corazón y no desde la exigencia—, algo se transforma. La gratitud crea puentes invisibles que nos reconectan con la abundancia, la salud emocional y el sentido de pertenencia.

Podemos tener muchas diferencias con ellas. Pero cuando logramos decir: “Gracias por darme la vida”, abrimos una puerta. No una puerta hacia ellas, sino hacia nosotros mismos. Porque tomar a la madre y honrar a la abuela es abrazar nuestra existencia sin condiciones.


Un acto de sanación profunda

¿Y si hoy hicieras un pequeño acto de reconciliación interna? Puedes cerrar los ojos y decir en silencio:

“Querida mamá, querida abuela… las honro. Les agradezco la vida. Las tomo como son y como fueron. Gracias por ser el canal por el que llegué. Hoy me abro a vivir plenamente”.

Hazlo, aunque no entiendas. Hazlo, aunque duela. Hazlo, porque en ese gesto comienza la sanación.


Conclusión: La paz empieza por reconocer a quien nos dio la vida

A veces, el crecimiento espiritual no está en mirar al cielo, sino en mirar hacia atrás con respeto. Reconocer a la madre y a la abuela es alinearnos con la vida. Es volver al corazón. Es permitir que la gratitud sea el suelo fértil donde florezca todo lo que soñamos.


Porque cuando el amor hacia ellas encuentra su lugar, todo en nuestra vida comienza a tener sentido.


Practica esta meditación:






Luz, Paz y Amor

Aurora Varela

 
 
 
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